jueves, 21 de febrero de 2013

Rendimiento individual y colectivo

Individuo y colectivo. Dos aspectos básicos para entender el funcionamiento de un equipo de fútbol (se puede extrapolar a cualquier deporte no individual). Esto no es un cálculo aritmético. Es decir, la suma de los rendimientos positivos individuales no dan un rendimiento óptimo del colectivo. Un jugador puede brillar, realizar la mejor temporada de su trayectoria y el equipo puede hacer su peor competición. Y al revés, un club puede culminar una campaña histórica y el futbolista no maximizar su potencial. Aunque esto último es más complicado que suceda, al menos para que haya antagonismos en el balance de ambos aspectos.

El futbolista, por naturaleza, es egoísta. Sólo piensa en él. Además, es ambicioso. Siempre quiere más. Concentrar varios egos en un vestuario puede ser complicado de manejar para un entrenador, aunque ahí está la pericia del técnico en cuestión para poner esas individualidades al servicio del colectivo, para integrarlos en un bloque, en un objetivo común que haga prosperar al jugador y al club de forma paralela. Pero eso no es una tarea sencilla. Por un lado, hace falta un plan, tener una base y una meta de equipo. Luchar por un objetivo e involucrar a todos los jugadores. Tiene que calar en los futbolistas porque deben integrarlo como si fuera propia. Los jugadores pasan a ser como un rebaño de ovejas, todas juntitas que obedecen las órdenes del pastor. Evidentemente, las ovejas negras, las que se descarrían no tienen cabida en el grupo, se quedan al margen. Casi siempre, suelen ser los propios futbolistas los que se van alejando (faltas de disciplina, bajo rendimiento, ausencia a los entrenamientos, demostivación...). Esto es más complejo porque cada caso puede ser diferente y obedecer a varios motivos (falta de confianza del entrenador, pocos minutos, no adaptarse a un rol...).

En este caso, la prioridad es que haya una llamada común. Un punto de encuentro en el que todos los futbolistas remen a la vez. Pueden ser objetivos cuantitativos (ser primeros, estar en mitad de la tabla, no descender, sumar 50 puntos...) o cualitativos (mejora técnica individual y/o colectiva, jugar de una determinada manera...). Incluso pueden ser inmediatos (ganar tres partidos seguidos, no encajar goles...). De hecho, conjugarlos, y que se cumplan o que, por lo menos, se puedan cumplir, ayuda a fortalecer al bloque. Se supone que todos los futbolistas ya están integrados, ya están involucrados en el proyecto, ya saben lo que les espera durante la temporada. Ahora falta que los jugadores vean con hechos las palabras y que cada uno compruebe que su rendimiento también va a sufrir una mejora, una evolución que además estará relacionada con la optimización del colectivo. No hay que olvidar que cada futbolista también tiene sus propios objetivos (cuantitativos, cualitativos, inmediatos, a medio plazo) y que a veces pueden chocar con los colectivos. Eso es un problema importante.

La labor del entrenador pasa por conocer a su plantilla para poder maximizar las posibilidades de cada uno siempre en beneficio del bien común. Fundamental, por lo tanto, saber de qué pie cojea cada futbolista porque cada persona es un mundo. Uno necesita que le animen, otro que le llamen la atención, el otro una charla personalizada... nunca hay una solución ante un problema individual. En este sentido, el técnico en cuestión debe saber lo que cada jugador le puede ofrecer, quizá no de forma exacta, pero sí aproximada y enfocarlo dentro de su plan colectivo. Por ejemplo, a Pepito le gusta jugar con la defensa adelantada, presionar en campo rival para robar la pelota lo más cerca posible del área rival. En su plantilla tiene un central veterano, con buena colocación pero que es lento para esa posición sobre todo si la zaga se coloca en el centro del campo. Jugar con ese futbolista puede ser un suicidio porque el jugador se queda en evidencia cada vez que el rival lanza un balón a la espalda de la defensa y el equipo lo puede pagar cara ya que el oponente se puede presentar ante el portero propio con asiduidad. O el entrenador modifica la forma de presionar o ese futbolista tendrá muy pocos minutos y cada vez que goce de ellos estará bajo sospecha. Flaco favor se le hace al jugador y, a la larga, al equipo.

Es un ejemplo, pero hay infinidad de ellos. Un delantero centro rematador, que mide casi 2 metros y que con el balón en los pies es bastante torpe. En un equipo de toque, de combinación, en el que el ariete tiene que mover a los centrales para generar espacios de futbolistas que entran en segunda línea, su participación no tendría mucho sentido. Si, por el contrario, se apuesta por jugar con extremos cuya labor es poner balones a la mínima, quizá su rendimiento mejore. Es decir, la clave está en que el entrenador se adapte a los jugadores. De nada sirve que el técnico haya tenido éxito en otro club con un determinado estilo y que quiera implantarlo en otro conjunto. A lo mejor con los futbolistas que ahora maneja no pueda hacer lo que sí podía en su anterior etapa. En este sentido, el entrenador también deja dejar a un lado su parte egocéntrica para aprovechar el material humano que tiene delante.

Espero que esta reflexión ayude a entender un poco la difícil tarea de jugadores y entrenadores dentro de un colectivo. No es fácil ceder, pero hay que saberlo hacer porque de ese pequeño esfuerzo individual que se haga se puede llegar a un acuerdo, ni escrito ni hablado, que provoque una mejora en el rendimiento del bloque, que muchas veces suele dar también una evolución individual. Tener esa capacidad, o esa habilidad, puede ayudar al futbolista a crecer y progresar, que al fin y al cabo es lo que todos buscan.

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