No es fácil, aunque lo parezca, cuando toca hablar sobre uno mismo. Lo normal puede ser caer en cierto egocentrismo, en dejarte llevar por los sentimientos, por la subjetividad... pero a través de esta entrada trataré de realizar un balance, evidentemente, desde mi perspectiva, sobre mi experiencia como entrenador del Yagüe juvenil. Nueve meses y medio (el primer entrenamiento fue el pasado 19 de agosto y el último, por así decirlo, y contra pronóstico, será el jueves 5 de junio) muy intensos, todo hay que decirlo, en los que un servidor ha tratado, dentro de mis posibilidades, de transmitir la ilusión del fútbol a un grupo de adolescentes, con lo que complicado que eso es, que todos ellos, aunque sea un poco, mejoren sus prestaciones. Serán los jugadores los que deben decidir si he cumplido o no; si he puesto de mi parte (no creo que se me pueda reprochar nada en ese sentido) para que así sea.
Los resultados hablan y aunque desde el club se mantenía la ilusión de poder alcanzar la fase de ascenso a Juvenil Nacional, la realidad es que no pudo ser alcanzar una de las metas propuestas. Mi postura, desde el inicio, fue más conservadora. Sabía que la empresa era difícil, por lo que mi intención pasaba por hacer un equipo competitivo, que se pudiera adaptar a las diferentes circunstancias que pueden darse en un partido. Sólo así, desde el trabajo, podíamos llegar algún sitio. Sin embargo, por unas circunstancias u otras, este grupo no ha estado a la altura en los partidos claves, no ha sido capaz de competir de tú a tú en el momento necesario. Nervios, ansiedad... o quizá es que no había para más o incluso por falta de capacidad de su guía. Si en liga parecía que Pradejón y Varea, como así fue, eran favoritos y que tanto el Yagüe como el Ciudad de Alfaro podían estar peleando con ellos, al final se demostró que los amarillos estaban por debajo de Pradejón y Varea (y eso que en el segundo partido cualquier resultado se podía haber dado).
Quizá esa derrota en Varea hizo más daño de lo esperado al grupo. Se empezó a ver que meternos en la fase de ascenso era realmente complicado y que si al menos queríamos intentarlo había que esforzarse para ello. Lástima que algunos no entendieran el mensaje y optaran por desaparecer, tirarse del barco. Pese a tener la conciencia tranquila, siempre me queda la duda de saber si podía haber evitado esas marchas. Resultó un comienzo de año 2014 complicado. Más de lo esperado. La desilusión hizo mella. Tanto que era frustrante ir a entrenar y encontrarte con apenas 10 jugadores. Fueron dos semanas duras que me hicieron plantearme las cosas. Pensé en dejarlo y desde el club me dieron la oportunidad de coger al equipo de Regional. Podía haber sido lo fácil.
Plantilla del Yagüe juvenil en la temporada 2013/14. MIGUEL HERREROS |
Pero no. Apreté los dientes, varíe mis objetivos iniciales, no tenía más remedio que obviar el componente deportivo y centrarme en mantener, dentro de lo que cabe, la uniformidad del grupo. Por suerte los jugadores respondieron, también fueron fuertes y le echaron valor. En vez de abandonar, continuaron hasta el final. Que de 19 jugadores con ficha, 6 se marchen trastocan bastante los planes. El equipo cadete, salvo honrosas excepciones, no ayudaba porque, algo incomprensible, no querían ir a jugar con el juvenil y cuando lo hacían, la informalidad era la carta de presentación. La decisión era clara: el premio de jugar en una categoría superior es para el que se la merezca. De ahí que los dos que desde el comienzo estuvieron entrenando con los juveniles fueran los únicos regularmente con minutos.
Sabía que el comienzo en la Copa iba a ser determinante para saber qué rumbo íbamos a tomar. Por suerte, tuvimos un inicio de calendario asequible. El grupo ganó en autoestima al ver que éramos superiores, que si se hacían las cosas teníamos capacidad para ganar a cualquiera. El impulso de los resultados provocó que los últimos tres meses todos los que se habían comprometido acudieran a entrenar y eso regeneró la ilusión. En la cabeza de todos estaba el aspirar a ganar la Copa. Era un mal menor. Pusimos el turbo, supimos sufrir cuando hizo falta, sacamos adelante partidos en los que quizá el juego no fue el deseado, pero las cosas salían. Acabar primeros con 11 puntos de ventaja respecto al segundo, marcar 4 goles de media y sumar 28 de 30 puntos posibles da moral.
Llegaron las semifinales (con el dichoso Torneo de Clubes históricos de Logroño entre medias y la poca comprensión desde la Federación hacia el Yagüe), vencimos, con dificultades al Villegas cuando todo hacía indicar que nos lo íbamos a jugar en la lotería de los penaltis. Estábamos en la final. Convencidos de que podíamos ganarla nos enfrentamos al Valvanera. Nos pusimos por delante a los 38 segundos, pero cuando nos empataron a los 3 minutos, en el campo se notaba que nuestro rival era superior. Tratamos de plantar cara, tuvimos nuestras bazas, pero cuando enfrente hay un equipo mejor, sólo queda darle la enhorabuena. Podía haber sido una buena manera de acabar. Por eso quizá la sensación sea agridulce porque después del esfuerzo que esta plantilla ha hecho, es como si no hubiera encontrado recompensa. Pero hay que ser realistas, a lo mejor era a lo máximo que podíamos aspirar y hay que estar, en ese sentido, contentos.
Sin que sirva de excusa, supongo que otros clubes tendrán los mismos inconvenientes, mi trabajo como entrenador, quizá sea exigente conmigo, lo considero incompleto. En el aspecto deportivo, hemos intentado mantener una identidad, ser fieles a algo en lo que creíamos. Cuando las cosas han salido bien (los resultados acompañaban), el equipo ha demostrado capacidad. Otra cosa es cuando este grupo, dentro del terreno de juego, encontraba dificultades. Ahí hemos dejado mucho que desear. Que a lo largo de toda la temporada hayamos sido incapaces de remontar (neutralizar un gol encajado sólo en dos ocasiones) es significativo. ¿Culpables? Todos, yo el primero. Pese a los intentos por no agachar la cabeza, de seguir compitiendo, nos hemos rendido demasiado fácil. Falta de unidad. Un mal que nos ha perjudicado y del que ha sido imposible reestablecerse.
En definitiva, a título personal, ha sido una temporada de enriquecimiento personal en el que he aprendido más de lo que pensaba. Lamento, eso sí, que para algunos haya podido ser un año perdido y que, a lo mejor, no hayan encontrado a un entrenador que haya sabido exprimirles al máximo. Sin embargo, mi aventura ha sido muy positiva, poco gratificante (supongo que es la soledad del entrenador que dicen) en la que lo de menos ha sido el no poder hacer ni una convocatoria, tener que realizar la alineación en función de quiénes han venido o no a entrenar, así como estar prácticamente solo tanto en lo bueno como en lo malo. Ahora, con la confianza del Yagüe, me embarco en un reto difícil, pero muy ilusionante, a la vez que de bastante responsabilidad para alguien que lleva muchos años ligado a este club, como es tratar de lograr que el Yagüe no sea un equipo ascensor entre Tercera y Regional. Nos vemos en los campos.
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